

La última encuesta de la consultora brasileña Atlas Intel, en conjunto con Bloomberg, muestra lo que muchos ya viven pero pocos parecen querer procesar: la desaprobación del gobierno subió al 47,8 por ciento, mientras que la aprobación apenas se sostiene en un 45,1 por ciento.

Traducido: cada vez más argentinos piensan que el experimento libertario es un desastre, pero muchos todavía lo aplauden mientras se incendia la heladera.
La contradicción no termina ahí. El 59 por ciento de los consultados cree que la situación económica es mala, el 68 por ciento ve el mercado laboral destruido, y el 40 por ciento señala a la corrupción como el principal problema, una corrupción que, paradójicamente, ahora convive con el blindaje mediático, el show constante y los "empresaurios" premiados.
Sin embargo, a pesar de esta radiografía digna del apocalipsis económico, el prescindente Javier Milei conserva la mejor imagen del país, con 52 por ciento de positiva, pero claro... está compitiendo el podio con una condenada por corrupción: Argentina, no lo entenderías.
Cristina Kirchner lo sigue con 35 por ciento, mientras que Victoria Villarruel (32 por ciento) y Axel Kicillof (34 por ciento) ni siquiera figuran en el radar de la esperanza. La explicación está menos en el mérito y más en el estado de descomposición general de la política. ¿La vara? Ya no está baja, está enterrada.
Y como si fuera poco, casi la mitad de los argentinos teme perder su trabajo. El futuro dejó de ser una promesa y pasó a ser una amenaza, pero aun así La Libertad Avanza lidera cómodamente la intención de voto con un 38,7 por ciento, más de diez puntos arriba del peronismo (27,5 por ciento).
El PRO se arrastra con un 6,5 por ciento, la Unión Cívica Radical no llega al 4 por ciento, y la izquierda sigue jugando al testimonialismo eterno.
En resumen: una economía en ruinas, un mercado laboral estallado, una corrupción que cambia de traje pero no de lógica, y una ciudadanía que, o bien está anestesiada o directamente resignada.
Milei no necesita convencer: le alcanza con que el resto siga siendo igual o más mediocre con su supuesta "salvación". El país real es una encuesta que grita auxilio, pero las urnas siguen premiando a quien mejor maneja el show.


